Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye
música, quien no encuentra gracia en sí mismo. Muere
lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja
ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no
cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le
habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú. Muere
lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro
sobre blanco y los puntos sobres las «íes» a un remolino de
emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y
sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz
en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir
detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez
en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala
suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente, quien
abandonando un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando
de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le
indagan sobre algo que no sabe.